En el viejo barrio II
La alquilada casa era humilde, barrio humilde, vida humilde. La vida de la pequeña pasaba por la contemplación de la existencia de los otros. Iba aprendiendo como eran los demás al observarlos; no se cuestionaba como era, fue o sería, aún.
Sentada en una sillita tan pequeña como ella misma, miraba hacia la calle. La sombra fresca de la casa la protegía de ese ardiente sol de noviembre, y de todo lo que pasara afuera también. Su lugar favorito en el mundo era el interior de la casa. Sobre la falda tenía un libro del que disfrutaba mirando sus dibujos, pues aún no sabía leer; e imaginaba que dirían las palabras escritas. No hay memoria que le leyeran cuentos. No digo que no lo hicieran, solo que no lo recuerda. Pero algún estímulo hubo de tener, pues ya sabía bastante sobre leer al entrar en la escuela.
Mientras observaba el afuera, su madre planchaba allí, sobre la mesa, poniendo una vieja frazada con una sábana arriba, para que quedara sin arrugas la prenda de turno. En ese momento usaba una plancha que se calentaba al fuego. ¡Y qué bien que hacía esa labor! Tan bien que a veces era razón de un ingreso extra a la casa. Dónde estaba el resto de la familia en ése momento, vaya uno a saber... el padre en alguna obra en construcción, las hermanas quizá en la escuela o jugando afuera ¡quién sabe!
En ese momento, veía los movimientos en la casa del vecino, justo enfrente, cruzando la calle de tierra. Van y vienen personas vestidas con sus mejores ropas. La niña de la casa lleva un blanco vestido, cosa que le causa intriga a la observadora. Estaba vestida como de fiesta, una de esas fiestas que solo veía en fotos de revistas. Y le intrigaba mucho que ella estuviera tan elegante y los adultos que la rodeaban solo se vieran como bien vestidos. Algo especial debe pasar, pensó, y teniendo que sacarse la duda, preguntó.
-Mamá ¿Qué pasa ahí enfrente?
-Es que Lucrecia va a tomar la primera comunión.
-¿Qué es eso?
-Es… es cuando van a la Iglesia y le dan la hostia por primera vez.
A pesar de las palabras raras que escuchaba, su atención puesta en las galas que llevaban todos era más importante.
-¿Y eso que es?
-Es... es... como una galletita que te dan en la iglesia...
-¿Una galletita? ¿Y por eso se viste así?
-No
-¿Por qué no?
-Porque ellos creen que ahí está dios
-Ahhhh
Era mucho, no le quedaba claro. Y era mucho para la mamá. Tiempo después supo que ella había tenido la preparación catequística apropiada pero... no le habían satisfecho ni las respuestas de sus preparadores a sus preguntas, ni las actitudes que en su infancia vio en aquellas personas.
Sin saber cómo seguir para que esa primera gran inquietud fuera respondida, intentó otro camino.
-¿A mí me van a dar eso? ¿La hostia?
-No
-¿Por qué no?
El fastidio de la madre era evidente, pero un nuevo mundo se abría para la niña. Eso de vestirse elegante para recibir una galletita en la que estaba dios ¡era muy curioso! Mientras seguía planchando con afán alguna camisa, se notaba que iba pensando cómo responderle. A su manera sencilla, y tratando de no inculcarle sus suspicacias, respondió
-Porque no somos católicos
-Ahhh ¿y qué es eso?
¡Ya era mucho! ¿Cómo salir de ese atolladero? ¿Por qué? ¿Por qué, por qué? ... seguro se preguntaba la madre. Le había tocado una hija preguntona, como ella lo había sido en su niñez. Y como las respuestas que recibió no le dieron paz a su alma, estaba intentando encontrar una solución más acorde, quizá.
-Los católicos son gente que tiene fe en Dios. Creen en Dios.
-¿Y nosotros no creemos?
-No
-¿Por qué no?
A punto de fastidiarse en extremo ya, por tantas preguntas, intentó hacerse la distraída. Pero su hija insistía con la mirada y ella se daba vuelta a buscar más ropa demorándose en su encuentro.
Entones insistió
-¿Qué es tener fe?
-Y no sé, un día te levantás a la mañana y creés.
Algo en esa corta frase hizo que dejara de preguntar. Sintió que eso que había dicho su madre era, de alguna manera, todo lo que honestamente podría contestar. Al llegar a la madurez esa pequeña aprendió que los niños dejan de preguntar cuando se sienten satisfechos con la respuesta o perciben, de alguna manera intuitiva, que la persona a quien preguntan ya no pueden aportarle más. Entonces, como infante común que era, dejó de preguntar. Aunque por dentro sentía una inquietud, distinta a todas a las que en su poco extensa vida había tenido. ¿Cómo será eso? Despertarse y creer ¿creer en qué? ¿cómo? ¿cómo “se cree”?
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